lunes, 24 de diciembre de 2007

Historias de Elêth Niramar IV

Estos dos serán los últimos de Elêth Niramar. Una historia de vida y una carta de despedida para cuando acabaron los clanes. ^^


Un dolor atroz en la espalda... y luego… el contacto de sus rodillas con el suelo, la caída de su cuerpo contra el duro suelo… luego todo negro.

Era lo último que recordaba de la batalla. Más bien lo único, pues no recordaba lo que había pasado en ella.

Elêth abrió los ojos durante un instante… no reconocía el lugar… debía ser un campamento improvisado en el bosque… eso era lo que Darlak le había dicho que harían…

Se encontraba en una tienda construida con torpeza… seguramente con prisas… desde su posición parecía que la lona iba a caerle encima a la menor oportunidad… a la menor ráfaga de viento… quizá fuera lo mejor. No se encontraba nada bien. Pero no era la herida lo que le producía tal malestar… sino el sueño que había tenido… sabía que era el sueño quien le producía el malestar… pero no podía recordarlo.

- ¡Mirad! Parece que ha despertado…

La dúnadan oyó que alguien hacía el comentario… pero oía las voces lejos… muy distantes… a pesar de saber que estaban a su lado… no hizo caso del comentario… sólo se limitó a observar la blanca lona que le tapaba la vista del cielo…

Entonces, las imágenes de las personas que más apreciara aparecieron sucesivas en su mente… Celeval… Rialath… Darlak… se preguntó si estaría bien, su capitán, puesto que no sabía si habría conseguido salir sano de la batalla… a la imagen de Darlak siguió la de Sonyariel… embarazada y al pie del cañón… admiraba y compadecía a su amiga en partes iguales… igual que a Vanadessë…

- ¡Elêth para! Te vas a caer… -decía su voz, allá a lo lejos.

- Venga Vana… no seas aguafiestas… se trepar… mira…

Una niña de no más de 10 años de edad observaba risueña a su amiga elfa desde lo alto de un árbol, al que había subido desobedeciendo toda regla que le había sido impuesta.

- Elêth si te caes no vengas llorando luego… -la regañaba Vanadessë mientras se hacía la enfadada.

- Oh, Vana… pareces el abuelo… No hagas esto… no hagas lo otro… me gusta trepar –decía resentida la dúnadan. –Además, saltarse la regla es divertido… no lo has hecho nunca, ¿tú?

(…)

- Elêth… ¿sabes? Me… me enamoré… Se… se que no te va a gustar la idea pero…

Ahora la imagen había cambiado… Vanadessë miraba con miedo a su amiga humana mientras intentaba buscar las mejores palabras para explicarle su situación… Elêth, ya adulta, la miraba sin conseguir comprender la situación. ¿Cómo se suponía que debía tomarse aquello? ¿Debía alegrarse por su amiga? ¿Debía decirle que aquello era una locura? ¿Debía decirle que si seguía por aquel camino sería acusada de traición? ¿Cómo se le había ocurrido enamorarse de un oficial enemigo? Y encima embarazada…

Había sido todo culpa del chico, sin duda… Hathol la había engañado… seguro… y ahora… y ahora su amiga corría el riesgo de ser tratada de traidora… de pasarlo muy mal… No se lo perdonaría, el chico no merecía perdón…

Entonces la imagen cambió… todo se volvió oscuro, y, de pronto, Elêth se encontró en el mismo bosque en el que suponía que debía estar el campamento… Se encontraba encima de un árbol, como cuando era pequeña, dejando pasar el tiempo, ajena a todo, pensando en sus cosas… y completamente feliz.

Una sombra apareció entonces ante sus ojos. Una elfa encapuchada avanzaba con sigilo por el bosque, con rumbo fijo. Elêth la reconoció al instante, le habría sido imposible no hacerlo, después de tantas escapadas nocturnas en su infancia…

- ¡Vana! ¿Qué haces aquí?

- Shh… ¡no digas nada Elêth! Es mejor que no lo sepas… No te preocupes…-decía la elfa de forma misteriosa.

- Qué cosas tienes… como no voy a… Vanadessë me estás asustando…

- No te asustes, no te preocupes, no te… -antes de que pudiera acabar las dos oyeron el sonido de alguien que se acercaba. –Cuídate mucho, niña –le dijo la elfa antes de volver a caminar, con prisa, confundiéndose entre los árboles.

Elêth la siguió, y pronto, para su sorpresa, comprendió lo que pasaba. Vana se había detenido en un claro del bosque… donde la esperaba alguien… alguien a quien Elêth había visto en contadas ocasiones, por no decir ninguna… pero a quien reconoció de igual manera… El culpable de que le tocara separarse de su amiga de siempre… aquél que se la estaba robando…

Con lágrimas en los ojos, Elêth dio la vuelta para marcharse… mas en aquel instante se oyó un grito. Alguien acusaba de traidora a Vanadessë… una flecha silbó cortando el aire… y fue a clavarse en su amiga… Lágrimas en los ojos nublaron la vista de la dúnadan… que, cuando recuperó visión, se encontró con su amiga elfa en brazos, bajo un cielo negro… en una noche sin luna.

- Elêth, pequeña… lo siento… -decía Vanadessë mientras su vida se escurría por la herida.

La dúnadan levantó la mirada con ira, y miró a los ojos a aquél que consideraba culpable de su muerte… su clan la había herido en batalla… y ahora por su culpa perdía a la que había sido su mejor compañera en la infancia…

Fue entonces cuando Elêth fue consciente de que aquello no era más que un sueño. El cansancio le había vencido de nuevo. Respiró tranquila, abrió los ojos y volvió a encontrarse bajo la lona… No sentía el brazo… y el vendaje le llegaba hasta el pecho… le era difícil moverse, pero aquella cama la agobiaba… se levantó y se dirigió al exterior, al bosque… sin un rumbo fijo…

Y entonces siguió el mismo camino que siguiera Vanadessë en su sueño…. Porque su amiga había muerto, y no había otro culpable de ello que aquel que se había apoderado de su corazón. Merecía la muerte. Vana debía ser vengada y lo haría ella.

En el claro se encontraba la persona que buscaba. En el mismo claro del sueño. La miraba con una risa tétrica… como burlándose por haber ganado la batalla… en el suelo yacía el cuerpo sin vida de Vanadessë. El chico lo miró y se rió, y aquello sacó de sus casillas a Elêth, que usando el brazo sano, sacó de la bota la daga de la que nunca se separaba y se lanzó contra Hathol clavándosela en el mismo centro del corazón… y mientras lo hacía, oía la risa de Hathol… que se burlaba de ella porque no lo iba a conseguir… porque su acto iba a ser inútil… porque había hecho algo absurdo y sin razón de ser… Y entonces, comprendiendo de pronto lo que Vanadessë le había explicado cuando le contara su situación… se arrepintió de lo hecho e intentó sacar la daga… Su amiga apareció tras su espalda y comenzó a hablarle enfadada, triste…

- Elêth me decepcionas… yo… pensé que tu lo entenderías… -decía mientras, desesperada, Elêth intentaba sacar la daga.

- No, pero… sigue vivo… te aseguro que sigue vivo… lo oí reír…

- ¿Qué dices? Lo mataste Elêth… lo has matado y a mi me has traicionado… creía que podía confiar en ti… y tu mataste al hombre al que amo…

- No Vana… te aseguro que yo no quería… no quería… -decía Elêth entre lágrimas. –No quería… yo no…

Y entonces de nuevo el mundo se desvaneció…

- ¿Elêth? Elêth, ¿estás bien?

La dúnadan abrió los ojos y se encontró con el rostro preocupado de su capitán.

- Yo no quería… -dijo ella entre lágrimas, aun sin saber si seguía soñando o ya había despertado de su pesadilla. –No quería…

- ¿De qué estás hablando? Elêth, estás loca… ¿Cómo se te ocurre salir de la cama en tu estado? ¿Voy a tener que atarte a la cama para que guardes reposo? ¡No vuelvas a hacerlo! –La voz de Darlak sonaba preocupada, a la vez que furiosa… -Te lo digo en serio Elêth, ahora vas a volver a la tienda… y vas a permanecer acostada tanto tiempo como te sea mandado… y es una orden. No vuelvas a salir de excursión en este estado… es peligroso… más estando en territorio enemigo…

Elêth asintió con la cabeza… pero no escuchaba… estaba ida… y las lágrimas caían por su cara de modo ininterrumpido…

- ¿Te pasa algo? –preguntó Darlak, ya preocupado. Hizo una señal a los soldados que lo habían acompañado en su búsqueda a la dúnadan para que los dejaran solos…

- Yo no quería… no quería matarlo… no debí haberlo hecho… -repitió Elêth, poco consciente de la realidad.

- ¿Matar? ¿Tú? ¿Cuándo? ¿Ahora? Elêth no te ofendas… pero una daga… manejada por una persona enferma… hace poco daño en un árbol viejo…no creo ni que traspasara la corteza… -dijo con una sonrisa mientras cogía la daga y la devolvía a su dueña. –No te preocupes, no has matado a nadie… el árbol está bien –dijo mientras ayudaba a levantarse a la dúnadan y empezaban a regresar al campamento.

- Un árbol… no era al árbol a quien yo… ¿Y Vanadessë? –dijo acordándose de los reproches de su amiga.

- ¿Vana? Pues ha llegado antes al campamento… de hecho, nos dimos cuenta de que no estabas cuando ella y Sonya fueron a verte… ¿Creías haber matado a Vanadessë?

- No, yo… -entonces un dolor atroz en la herida le hizo tener que apoyarse más en Darlak para no caer…

- Debió ser una pesadilla… -dijo su capitán mientras miraba el vendaje de la herida. –No me gusta el aspecto de esto… creo que se te está infectando… vamos a volver ya para que te lo curen y… vas a portarte bien y a no moverte de la cama hasta que eso pase, ¿entendido?

Cansada, Elêth asintió con la cabeza… casi no había prestado atención a lo que le decía… pero se había tranquilizado… todo aquello no había sido más que un sueño… menos mal…

Al llegar al campamento, se sintió abrazada al instante por Sonyariel.

- ¿Dónde estabas? ¡No nos des esos sustos niña desagradecida! Encima que venimos a verte…

Elêth la miró agradecida por el abrazo, y buscó con la mirada a Vanadessë. Estaba sonriente, no la odiaba… claro, se dijo Elêth, no tenía razón para odiarla… y tenía intención de que aquello siguiera siendo así… Las dos mujeres acompañaron a Elêth a la tienda y allí se esperaron a que se durmiera. Sintiendo sus sueños velados por sus amigas… Elêth fue capaz de soportar las pesadillas. Todavía tuvieron que pasar varios días antes de que la fiebre bajara… fue entonces cuando desaparecieron las pesadillas y la herida empezó a sanar…



***


¿Quién me iba a decir a mi, Elêth Niramar, que acabaría luchando bajo el mando de otra persona, en tierras lemperianas y junto a amigas de la infancia? Realmente, si me lo hubieran dicho no hace muchos años lo habría negado con firmeza. ¿Yo, siguiendo las órdenes de otros? Yo, que había huido del bosque para no volver a ver elfos… ¿defendiendo las tierras que con su bosque colindan? Yo, que había abandonado a las dos mejores amigas que jamás pude soñar tener… ¿recuperando su amistad? Yo, que lo había abandonado todo… por miedo a sentir cómo se escapaba mi vida entre las manos… ¿recuperando las riendas de la misma? Esto, no hace mucho, era para mí un sueño que no pensaba que se cumpliera jamás.

Podría decir que todo empezó cuando abandoné a mi gente… bueno… ¿mi gente? Sigo llamándoles así, pero… ¿realmente lo son? Me crié entre ellos, sí… me aceptaron como una más… conseguí su amistad y su cariño… pero… pero no era una elfa, y lo sabía. Tampoco ellos me verían nunca como tal. Por esa razón escapé del bosque, ellos nunca dejarían de verme como una niña, pues lo era a sus ojos, y yo necesitaba un mundo que cambiara a la par que yo… pero… mi gente; sigo llamándolos así… pues son mi familia… la única que tuve desde que perdí la mía. Ellos fueron quienes me dieron cariño cuando más necesario me era… fueron ellos, los elfos de los que huí, los primeros que me dieron a conocer la amistad. Fue Celeval, a quien siempre consideraré mi persona más querida, quien me ofreció consuelo cuando necesité llorar, quien hizo de padre cuando necesitaba uno, y de abuelo cuando era eso lo que yo precisaba. Fue él quien no cuestionó nunca mis decisiones, y las aceptó todas y cada una. Celeval… fue mi querido abuelo Celeval el único que no veía en mí una niña sino la joven dúnadan que era, la madura joven que necesitaba un mundo más grande que el bosque que él ofrecía. Me fui para no volver… y sin embargo ahora lo visito cada vez que tengo ocasión… pues ese bosque es mi casa, y sus habitantes mi familia, y ya no me siento ajena a ellos, pues fuera del bosque he encontrado mi lugar, en la ciudad de Mellon Vilya he encontrado un hogar que puedo llamar mío y donde nada tengo que envidiar a nadie.

Fue triste la partida del bosque… pero más triste fue la separación con Sonya. Tanto tiempo juntas… tan grande la amistad… y al final acabamos cada una por nuestro lado… nunca me perdoné sentir que la había perdido, fue por eso que regresé a tierras lemperianas en su búsqueda. Curioso reencuentro el nuestro… preludio de lo que sería una recuperada amistad que ya no perderíamos jamás. Sonyariel… gracias a ella conocí a Darlak, mi capitán y gran amigo… ¿quién me iba a decir a mí que sería el mismo personaje que en su día intentó proteger a mi amiga de una falsa ladrona de ropa quien capitanearía todas mis aventuras siguientes? Supongo que el hecho de que no mucho después sería mi querido capitán el padre del hijo de Sonya debería haberlo supuesto, me parece, pero no lo hice… cuando me enteré de la grata noticia no pude más que sorprenderme… ¿cómo era posible que después de tanto tiempo compartido con ambos yo no hubiera notado nada? Claro, para darse cuenta de las cosas una debe querer darse cuenta… y yo estaba demasiado ocupada pensando en mí misma…

Y si hablamos de mi capitán… no podemos evitar hablar de las escapadas a las que nos llevó. Capi, capi, capi… ¿no aprendiste en Amaurenori que no podemos salir de casa sin que algo nos pase? Pues deberías… lo de Tavarcerta fue ya un suicidio del que no se como conseguimos salir con vida… y aun así soy culpable de haberte seguido en ambos casos… no tengo cura… ¿hace falta que realmente afirme que me muero de ganas de hacer una nueva escapada? Ni siquiera ser secuestrada por supuestos compañeros de viaje es tan duro como soportar las tardes solas encerrada en casa… creo que si no tenemos otra batalla pronto me iré de vacaciones, mi querido capitán. Sí… eso debería hacer… no soporto las paredes que me encierran. Aunque bueno, siempre puedo salvar la tarde jugando con Aratan… ahora que me ha dejado sin brazalete poco tengo que perder… o quizá esta vez gane… quizá… quizá debiera abandonar el juego mientras me queden cosas para apostar. Sí. Eso debería hacer.

Pero bueno, durante las pequeñas aventuras en las que entrábamos siguiendo a Darlak no fueron todo cosas malas… sé que jamás podré olvidar a aquel atractivo oficial de Heren, Rialath, que gobernó mis pensamientos durante todo el trayecto… fue realmente una pena dejar de tener noticias suyas pasada la aventura… pero bueno, la vida seguía y yo tenía batallas que ganar, no fue difícil que desapareciera de mi mente su rostro, al final.

Fue en Tavarcerta también cuando me enteré del secreto de Vanadessë… jamás supe reaccionar a sus palabras… ahora siento que estuve a punto de perder su amistad… por segunda vez. La arriesgué primero cuando abandoné el bosque a pesar de su tristeza… y temí haberla perdido cuando en lugar de apoyarla la juzgué. Siento que fue con eso con una de las pocas cosas en las que supe reaccionar a tiempo… tal vez la única… y fueron necesarias las pesadillas para llegar a ello… si fueron necesarias las pesadillas… ¿es que era mi yo consciente quien no lo quería aceptar? ¿Tal vez envidiaba su suerte? No puede ser eso, pues… no fue suerte lo que tuvo Vana, sino la desdicha de enamorarse de un oficial enemigo contra el que tendría que enfrentar su compañía. No, no fue envidia lo que sentí, simplemente me preocupé por ella de una manera errónea… y doy gracias a Eru por haberme dado cuenta de ello antes de perder su amistad.

Amistad… son la de Vana y la de Sonya, así como la de mi apreciado capitán, a quien tantos dolores de cabeza he traído desde que entré en su compañía; las amistades que más aprecio. Sin ellas mi vida carecería de sentido y, sinceramente, espero no cometer el error de perderlas jamás.

Finalizo ya esta carta, que espero no sea leída mi querido diario, dando las gracias a esta tierra de Lempe Othari, que tras abandonarla me volvió a acoger. Dándole las gracias por permitirme volver, y por ofrecerme esos gratos momentos que he pasado junto a las personas que hoy son las que más aprecio. Jamás me sentí guerrera, jamás me sentí ligada a ningún lugar, jamás pensé que llegaría a obedecer órdenes de nadie, pues de pequeña jamás hice caso de los consejos de mis sabios y queridos elfos. Sin embargo… en tierras lemperianas aprendí a apreciar lo que tenía, lo que había perdido, y lo que estaba por perder. Me siento ahora ligada más que nunca a estas tierras que en su día me vieron nacer. Me siento ahora oficial de la segunda compañía lemperiana, bajo las órdenes de mi capitán, Darlak Lórindol, de quien incluso si dejara de ser mi capitán obedecería cada palabra dicha, aunque no fuera una orden. Me siento ahora miembro de un grupo, perteneciente a un lugar, con un pasado, con un presente, y con un futuro que aun está por ver; y de todas las cosas que hice en esta vida sólo hay una de la que jamás me podré arrepentir, y es de haber aceptado pertenecer a Lempë Othari.

Un saludo:

Elêth Niramar.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Historias de Elêth Niramar III

Realmente no es que tenga nada en contra de mis padres... pero me he dado cuenta de que muchos (por no decir todos) de mis personajes han tenido que recurrir a figuras paternas alternativas a falta de las suyas propias... bueno, al menos no me negaréis que todas han tenido una infancia feliz, eh? :P

Bueno, tendré en cuenta ese dato para futuros personajes.

Más cosas... dos historias de vida que van juntas... porque acabé tan mal en aquella batalla, que por cierto perdimos, que me tocó hacer dos.

Elêth no se enteró de cuando había acabado la batalla, y menos aun de cómo lo había hecho. Cuando abrió los ojos se encontró con un techo desconocido. Genial, pensó, ni siquiera sabía donde estaba.

La joven intentó hacer memoria de cómo había acabado todo. Recordaba haber acudido a defender la ciudad y de repente… todo negro. ¿La habían herido? Si era así no recordaba cuando… tal vez no había podido esquivar bien alguna espada… o la habían atacado por detrás. Triste, Elêth desistió en el intento, no lo recordaba. Maldijo su mala suerte. ¿Para qué había servido tanto entrenamiento de pequeña si la herían cada vez que se metía en batalla?

Se incorporó con cuidado, esperando un pinchazo en alguna parte del cuerpo que le indicara dónde la habían herido. Tal vez si la herida no era muy grave podría verla y así averiguar con qué la habían hecho. No pensaba volver a mirar entre ungüentos, además de doloroso aquello le producía nauseas solo de recordarlo. Esta vez dejaría hacer su trabajo a curanderos y curanderas intentando no ver qué pasaba con su herida.

Sorprendida, la joven se puso en pie. ¿Era posible que no le doliera nada? Ninguna herida apareció en su cuerpo cuando se examinó tan a fondo como fue capaz. ¿Cómo era posible eso, es que solo se había desmayado y alguien la había salvado de ser una víctima más de la batalla? Elêth no podía creer eso, ya estaban demasiado ocupados sus compañeros en una batalla que no pintaba muy bien como para encima tener que preocuparse de si ella estaba activa en la batalla o no.

Acabado el reconocimiento, Elêth se sentó sorprendida en la cama, solo había visto una cicatriz reciente, correspondiente a la herida ya curada de la batalla anterior; y varias más antiguas de los años en que había vagado por el mundo. Ninguna lo suficientemente reciente como para ser la causa de su desmayo. O eso… o… ¿tanto tiempo había dormido que ha estaba la herida curada? ¿Tal vez era alguna de las ya curadas que ella creía tener ya?

Nada de aquello encajaba en la mente de la joven. Todo era muy extraño. Y la joven, aun sabiendo que fallaba algo, no conseguía saber qué. Decidió preguntarlo a alguien. Tomó una capa que había sobre el lecho y salió de la habitación con la esperanza de encontrar a alguien que le ayudara a recordar, que le explicara que pasaba. Pero aquello estaba desierto… no había nadie.

¿Nadie? ¿Era aquello posible? Estaba segura de que no había llegado por su propio pie a aquel lugar, ni siquiera sabía donde estaba. Pero si no había nadie… “Quien quiera que sea habrá salido un momento” pensó Elêth esperanzada, ante la idea de tener alguien con quien hablar. Pero se sentó a esperar, y nadie llegaba.

Decidió aventurarse más a investigar y entonces vio una luz. ¡Allí debía estar su salvador! No podía estar en otro sitio. Debía estar allí. Pero cuando llegó vio algo que no habría querido ver nunca. Orcos, una gran campaña de orcos yacían junto a una hoguera en la habitación de piedra y sobre la hoguera, como si de cochinillos se tratara, estaban aquellos que habían sido sus amigos alguna vez. Elfos, hombres y algún que otro enano, íntimos y medio desconocidos, todos estaban allí. Compañeros de juegos, compañeros de batalla, compañeros de viaje, compañeros de charla… Aterrorizada, Elêth lanzó un grito de terror, pues algo le decía que nada podía hacer por sus seres queridos. Fue vista por los orcos en ese mismo instante y ella echó a correr.

Nadie dijo nada, ninguna voz se oyó, pero ella sabía que estaba siendo perseguida. Sin saber como lo sabía, y no podía enfrentarse a los orcos. No podía, no era capaz. ¡Ni siquiera tenia su arco con ella! Y entonces, en un recodo, apoyado sobre la pared, vio el arco. Si tenía arco… quizá pudiera hacer algo. Elêth cogió el arco y se dio la vuelta para enfrentar a sus perseguidores. Vio un árbol cerca y se subió para mirar desde arriba lo que identificó como un laberinto. ¿Estaba, entonces, en un laberinto? ¿Cómo había llegado ella a un laberinto? Siguió con la mirada a los orcos para lanzarles las flechas, y vio como entrando los orcos en una nueva habitación, la cual no había visto antes, y que casualmente tenía techo, salían de ella soldados de las hordas enemigas con las cuales no debía hacer mucho que había luchado. Entonces… aquello significaba que la batalla no había acabado, pues no había otra explicación posible para ello. Empezó a tirar flechas para ayudar a sus compañeros, que debían estar en algún sitio dentro de la batalla…

Entonces la vieron. La joven vio como un ejército de toda criatura viviente, que ya no se parecía en nada al que en un principio había atacado la ciudad, iba hacia su árbol, que se marchitaba al paso del ejército para dejarla caer, igual que su arco y todo aquello que fuera de madera alrededor, dejándola a ella indefensa ante criaturas que iban a acabar con su vida con toda seguridad. Pensó en huir, pero entonces descubrió que se encontraba entre cuatro paredes, en una habitación enorme, pero sin salida… y entonces todo se volvió negro.

Bajo la ciudad de Mellon Vilya, en túneles que jamás se pensó que serían utilizados, un joven soldado de la compañía yacía junto al lecho de la joven, que deliraba entre pesadillas. Al darse cuenta de los sudores que empapaban el rostro de Elêth, el joven soldado comprendió que el estado de su compañera había empeorado y mandó llamar a uno de los pocos curanderos que habían sobrevivido al saqueo. Éste apareció atolondrado, y algo malhumorado, pues ya había visto a Elêth y la había curado, alegando que solo el descanso y la bondad de Eru podrían salvar ya a la joven.

Pero hasta el curandero se estremeció al ver a la joven retorciéndose de dolor entre pesadillas y sudores. Olvidando instantáneamente y por completo su enfado, untó de nuevo la herida de la joven con los ungüentos que podrían aliviarle el dolor y ayudar a cicatrizar a la profunda herida y le dio a beber un brebaje que debía ayudarle con las pesadillas.

- Deberá tomar una taza cada cierto tiempo –dijo al soldado que tenía como misión velar por ella. –En cuanto la veáis intranquila dadle de nuevo un trago. Si se inquieta como ahora la taza entera. Eso debería calmarla, pero si no lo hace deberéis llamarme. Sobretodo, no debe quedarse sola –advirtió el curandero al joven soldado. –Ahora debo marcharme, el capitán Darlak precisa también de mis cuidados. Ha sido esta una dura y triste batalla para la ciudad… no imagino como conseguiremos reponernos –dijo el curandero, para sí más que para nadie más, mientras se alejaba triste de la habitación.

Sin saber que decir, el soldado miró de nuevo a Elêth, que tras haber recibido los cuidados del curandero dormía plácidamente, ajena a todo.



***


La recuperación de la joven dúnadan fue lenta y costosa, pues bastante graves eran las heridas que le habían hecho en batalla. No obstante, varios días después de la batalla, la joven despertó, para alivio del curandero y también del joven soldado, compañero suyo de batallas, que había velado por su salud durante todo el tiempo.

- ¿Dónde… dónde estoy? –preguntó la joven que ni siquiera recordaba las muchas pesadillas que la habían atormentado.

- Bajo Mellon Vilya –contestó Darathar, pues así se llamaba el soldado.

La joven, que no esperaba respuesta, se sobresaltó.

- ¿Qu… qué diablos haces tú aquí? –preguntó, todavía sin reponerse.

- Intentar que no mueras –dijo el otro con sorna, alegre al mismo tiempo de que Elêth hubiera despertado.

- Oh… vaya… pues… muchas gracias. Eh… esto… ¿Qué ha pasado?

- Perdimos la batalla. Hubo muchas bajas… -contestó el otro tristemente. –Por suerte yo conseguí salir con vida… y tu también, aunque he de confesar que cuando te vimos tirada en el suelo entre tanta sangre casi te damos por muerta.

- Vaya… yo… esto… ni siquiera recuerdo cómo pasó –dijo avergonzada, intentando en vano incorporarse. Un dolor intenso la traspasó de tal forma que no notó de dónde provenía, ni siquiera quería saberlo. Al verla estremecerse de dolor, Darathar se apresuró a ayudarla, consiguiendo por fin que la dúnadan quedara medio inclinada, en una posición más cómoda sobre el lecho. –Gracias, odio no ver más que el techo.

- No… no hay de qué… esto… llamaré al curandero –dijo el joven, eludiendo todo aquello que pudiera estar relacionado con la batalla. Acto seguido desapareció por la puerta y Elêth quedó sola.

La dúnadan hizo un esfuerzo por recordar algo… pero nada le vino a la mente. No sabía dónde acababan sus recuerdos y empezaban lo que había imaginado. No sabía cuántos de sus recuerdos eran reales y cuántos eran fruto de los sueños y pesadillas que había tenido… y sin embargo, a pesar de saber que había tenido pesadillas, no recordaba ninguna con nitidez… era como si se hubieran esfumado dejando tras de si el sentimiento desconcertante que aterraba a la dúnadan tanto o más que la pesadilla en si.

Intentando apartar de su cabeza tal sensación, se preguntó qué habría sido de sus compañeros soldados… y de su capitán… habría salido ileso Darlak? Teniendo en cuenta su destreza y la suerte que solía tener… pero… La dúnadan negó con la cabeza, esperaba que se encontrara bien, pero de nada servía preguntarse nada. En su interior no encontraba las respuestas, y estaba sola. Sola… a pesar de saber que Darathar volvería de un momento a otro con el curandero Elêth no podía evitar sentirse así.

Por su parte, Darathar recorría los sombríos subterráneos en busca del curandero. Éste había pasado por la habitación de la joven cada noche, y desde el primero hasta el último día había dado orden clara de ser avisado si recuperaba la joven el conocimiento. Darathar no conocía los pasajes, ni siquiera sabía por dónde buscar. No se había movido de la habitación de Elêth desde que la trajera del campo de batalla, herida y al borde de la muerte, de modo que se sobresaltó al ver salir una figura de un pasaje que se cruzaba con el suyo.

- ¡Alto joven! O conseguirás que uno de los dos se lastime… y no me gustaría que fueras tú –dijo la voz de aquél que había estado a punto de chocar con Darathar.

A Darathar se le antojó conocida. Levantó la cabeza con cuidado y vio ante él a la anciana que acompañaba al curandero a todas partes. Experta en toda clase de plantas medicinales, hacía las veces de ayudante y dama de los recados para el curandero, puesto que era una de las pocas personas que sabía dónde encontrar y como conservar aquellas hierbas necesarias para mejorar la salud de los combatientes.

- ¿Vas a dejarme pasar? ¿O mejor esperamos que el herido muera y así tenemos una boca menos que alimentar? –dijo la anciana con una mueca. Darathar se sintió herido. La anciana siempre hablaba con sarcasmo, pero al joven le resultaba una repugnante forma de decir las cosas, aun sabiendo que la anciana sería incapaz de llevar a cabo sus palabras.

- No… yo… esto… necesito hablar con el curandero.

- ¿Sabes cuantos curanderos hay en estos túneles? Si no especificas no puedo ayudarte joven –dijo mientras intentaba que Darathar le dejara paso. Al ver que Darathar no se movía se detuvo, mirando al joven con cara impaciente. -¿Y bien?

- ¡No recuerdo su nombre! –dijo el joven angustiado. Se había dado cuenta de que aunque había hablado con él cada día, escuchando con atención las instrucciones que le daba, no le había preguntado en ningún momento su nombre y, por tanto, carecía de la información que la anciana precisaba.

- En ese caso será mejor que… -empezó la anciana, pero fue interrumpida.

- Pero… pero… pero él me pidió explícitamente que fuera en su búsqueda cuando ella despertara. ¡Y por fin ha despertado! –en ese instante el cansancio de Darathar se apoderó de él, y el joven empezó a hablar incoherencias hasta el punto que incluso la anciana, que como ayudante del curandero veía cada día escenas parecidas, se preguntó si no debería hacer algo.

Con impaciencia, la anciana escuchó cada incoherencia del joven, hasta relacionarlas todas ellas en sus recuerdos con la imagen de la joven dúnadan a la que había atendido ella las primeras horas de su llegada, hasta que el curandero tuvo tiempo suficiente para visitarla. Recordando cuál de los curanderos había seguido de cerca la evolución de la muchacha, la anciana guió al joven Darathar por los pasillos hasta él, mas el joven ni siquiera observó los pasadizos por los que pasara, pues se hallaba bastante fuera de sí.

- …Y eso es lo que he podido entender por lo que balbuceaba el joven –acabó la anciana de explicar al curandero.

- Entiendo… -dijo éste mirando de reojo a Darathar, que yacía inconsciente junto a la puerta. Había sido el único modo de hacerlo callar para que no molestara a los enfermos. –Será mejor que lo despierte y vayamos a ver que tal se encuentra la señorita –añadió finalmente mientras se dirigía a Darathar y le daba unas palmadas en la cara para que despertase. -¡Eh joven! ¿Crees que podrás caminar? –dijo al ver que abría un ojo.

- Yo… eh… sí… claro… -balbuceó el aludido de forma desorientada mientras se ponía en pie para seguir al curandero, quien sonrió mirando de reojo a una ancianita con una sonrisa pícara dibujada en el rostro y tras negar con resignación con la cabeza emprendió la marcha.

Elêth pasó la mayor parte del tiempo durante el que su compañero estuvo ausente mirando la llama de la pequeña chimenea que libraba el pequeño habitáculo en el que se encontraba de la penumbra. No encontraba en ello nada interesante, pero se le antojaba la mejor manera de no pensar. Ver cómo la llama simulaba bailar en su interior la ayudaba a olvidar que se encontraba herida sobre un lecho desconocido, en un lugar que jamás habría soñado que existira… tras haber perdido una batalla, sintiéndose culpable y sin saber que había sido de la mayoría de sus compañeros… Un tronco pequeño crepitó en el instante en que ella pensaba eso y vino a la mente de la dúnadan la impresión de que el tronco pronto quedaría reducido a cenizas. Si quería que el fuego sobreviviese debía poner otro tronco… pero ni siquiera tenía fuerzas para incorporarse… debía esperar a que volviera Darathar y alimentara el fuego… y esperaba que eso fuera pronto, pues la sensación del frío empezaba a penetrar en ella. Cansada, se tumbó en la cama, sin cesar de mirar el fuego… el constante movimiento de las llamas y el crepitar de los troncos la entretenían.

Lo siguiente que la joven dúnadan escuchó fue al curandero llegar con Darathar.

-¡Dijiste que estaba despierta! –espetó el curandero al soldado.

-Y lo estaba… -se defendió este. –Debe de haberse dormido… parecía cansada…

- Estoy… estoy despierta… -interrumpió la joven con dificultad.

El curandero la miró con severidad, y tras explicarle la inutilidad de lo enferma que había estado, “¡Casi al borde de la muerte! ¡Para nada! ¡Si al menos hubieran ganado la batalla!” fueron literalmente sus palabras explicó a la joven lo que debía hacer desde ese instante en adelante. Instantes después la joven se hallaba tanto o más aburrida, si cabe, que cuando había despertado. Ni siquiera el fuego conseguía entretenerla. Las órdenes del curandero habían sido claras: nada de moverse demasiado y, por supuesto prohibido levantarse de la cama. Además, debía tomar cada hora un asqueroso brebaje que debía ayudarla a no tener pesadillas y la ayudante del curandero pasaría cada mañana a lavar su herida para que cicatrizara pronto, cosa que no era plato de buen gusto para la joven, pues poco después de irse el curandero comprobó lo dolorosa que podía llegar a ser una cura a manos de la ancianita. Además, nadie le daba noticias sobre sus compañeros, lo que la ponía todavía más nerviosa.

Ya se consideraba al borde de la locura y desesperación cuando alguien llegó a su habitación.

-Elêth, tienes visita –le dijo Darathar tan suavemente como pudo, para no despertar el mal humor que amenazaba con aparecer sobre Elêth.

- ¿Qué? ¿Quién…? ¡Oh! ¡Aratan! Por fin una cara conocida… ¿qué te trae por aquí?

- Vine con intenciones de ayudar… pero llegué tarde… por suerte supuse que si había algún superviviente estaría aquí, bajo la ciudad…

- Yo ni siquiera sabía que estos subterráneos existían… parecen una maldita prisión… y encima no hay luz –se quejó la joven, a lo que Aratan respondió con una carcajada.

- Tan poco observadora como siempre… Mi querida Elêth, no hay luz porque es de noche… pero tienes ahí una magnífica ventana con vistas, por lo que me parece si no ando desorientado, preciosas de la ciudad.

- Oh, vaya… -dijo Elêth enrojeciendo. –No me había dado cuenta… a penas hace unas horas que desperté… ¿no sabrás nada de Darlak, no? Ando preocupada por él y el resto de la compañía… mi único vínculo con el exterior es Darathar y no se digna a contarme nada…

- No… -el semblante de Aratan se entristeció unos instantes. –Precisamente lo andaba buscando… pensé que tú podrías decirme algo…

- Ya ves que no… ni siquiera puedo salir de la cama… pero estoy segura de que a Darathar no le importará acompañarte hasta dónde esté, o ayudarte a encontrarlo de no saberlo, ¿verdad Darathar? –Elêth vio como el chico asentía con rapidez, no sabía donde se encontraba su capitán, pero cualquier cosa era mejor que llevarle la contraria a la agotadora dúnadan. –Bueno, entonces espero que tras encontrarlo vengáis a hacerme una visita… o me voy a aburrir como una ostra…-tras aquella pequeña charla, Elêth vio desaparecer por el hueco de la puerta a los dos chicos, y se tumbó en la cama a descansar, dirigiendo siempre su mirada a la ventana.

La recuperación fue bastante rápida ahora que la joven había despertado, pero no lo suficiente para su gusto. Cada día era rutinario para la dúnadan, pero algo había que la hacía sentir viva. Se pasaba las mañanas mirando por la pequeña ventana lo que a penas podía verse de la ciudad desde la cama… en realidad, más que una ventana parecía ser una alcantarilla, pues no se veía más que la rasa calle. No obstante, Elêth se aventuró a levantarse para ver más de la ciudad por ahí y se encontró con la vista de la ciudad… que todavía guardaba vestigios de la perdida batalla. Aun así se veía hermosa, y Elêth decidió que haría todo lo que estuviera en sus manos para recuperarla, empezando por curarse tan pronto como fuera posible la herida, y después… después tal vez se mudaría a la ciudad para tener allí su hogar… después de todo ya le hacía falta uno…


Historias de Elêth Niramar II

Ahora pondré dos fragmentos. El primero se corresponde con la parte que me tocó hacer para la historia de batalla de la defensa de Ostova Lorë, ciudad de mi clan Lempë Othari. La segunda... bueno, para variar me hirieron en la batalla y me tocó escribir una historia de vida. La segunda es como se recupera Elêth de esa herida. Siento decir que la mayoría de las historias de Elêth que pondré son historias de vida =P

Eleth siguió el canto, aunque recordaba el camino como si lo hubiera seguido el mismo día anterior, para llegar hasta el claro dónde un grupo de elfas cantaban para aliviar sus penas mientras tejían para entretenerse, ajenas a las guerras que pudieran desarrollarse alrededor.

Poco antes de llegar al claro, el canto cesó. Consciente de que había sido descubierta, Elêth esperó a que aparecieran sus captores, deseando que la recordaran a pesar de su cambiado aspecto. No habían pasado más de 15 años tras su marcha, pero su aspecto había cambiado bastante. Ya no tenía las ropas limpias y pulcras que había llevado durante su infancia. Ni tenía el semblante inocente y tímido. Ahora había vivido más de lo que jamás hubiera soñado. Había pasado meses durmiendo a la intemperie y era más independiente, y segura de sí misma. Aun así se sentía en aquel momento como si no hubiera pasado el tiempo. El bosque no había cambiado, los animales parecían los mismos, las voces de los que un día habían sido sus compañeros y amigos eran las mismas… había podido identificar a más de uno. Intentó mantener la compostura. Debía intentar tener la misma apariencia para no tener que hacer el esfuerzo de recordarles quien era, y debía aparentar la seguridad en sí misma que había adquirido durante los viajes; seguridad que se desmoronaba a cada minuto que pasaba.

Tenía los ojos húmedos cuándo Cúril, el viejo vigilante del bosque, apareció ante ella.

- ¡Saludos viajera! –dijo con un talante hermético y ambiguo. Consciente de que estaba rodeada, Elêth tragó saliva mientras esperaba que el vigilante hiciera su pregunta -¿podemos preguntar a qué se digna su visita? No suelen adentrarse tanto en el bosque los viajeros que no quieren problemas.

Elêth suspiró desanimada… ¿no la había reconocido? ¿Había vivido toda su vida en el bosque para que, después de 10 años, todos la hubieran olvidado?

- No… no soy una simple viajera –consiguió articular, recordando su misión. Esperaba que su voz no hubiera cambiado tanto como para no ser reconocida tampoco de este modo; empezaba a pensar que la tristeza que la embargaría de ser así no sería capaz de soportarla. –Me envía Valandil Sûleglin, es necesario que… -su voz fue interrumpida por una dudosa y fina voz, que llegaba de lo alto de un árbol cercano.

- ¿Elêth? ¿Eres… eres tú? ¿Elêth Niramar?

Al oír esa voz le embargó la alegría. Era Vanadessë quien hablaba. La que en su día había sido su mejor amiga, aunque era varios siglos mayor que ella. Ante la pregunta, Elêth no pudo más que asentir mientras escuchaba como una flecha era guardada, y veía a su amiga saltar del árbol para abrazarla.

- ¿Cómo no lo dijiste? ¡Te habrías ahorrado todo esto!

- Bueno… no pensaba que…

- ¡No entiendo cómo no te reconocí antes! ¡Sabía que me eras familiar! Pero… has cambiado tanto… No pareces la misma… -la interrumpió.

- Me han pasado muchas cosas durante este tiempo –consiguió decir al fin.

Le felicidad le embargaba. Se sentía en casa. Miró a su amiga y al no sentir el paso de los años en su rostro se sintió una joven adolescente de nuevo, sin problemas, sin complicaciones, sin preocupaciones mayores que el llegar a casa a comer o el conseguir apuntar con el arco mejor que el resto. Durante unos instantes sintió que todo volvía a ser igual, pero no era así.

- Te despediste para no volver, ¿qué te ha traído entonces aquí? –preguntó el vigilante, sin esconder su alegría, pero tampoco su curiosidad.

Fue entonces cuando Elêth recordó su misión.

- Vengo en busca de información. Por mandato de Valandil Sûleglin, debo encontrar al jefe Ent Alda Coiva. Se ha presentido un ataque a Ostova Lorë y precisamos ayuda –dijo con expresión dura. Era grato reencontrarlos, pero lo primero era la seguridad de la ciudad.

Los elfos la miraron desconcertados, no habían sido informados de ello en ningún caso. Cúril fue el primero en reaccionar.

- Celeval sabe dónde está. Creo que es uno de los pocos que aun se comunica con los ents –respondió. Al oír el nombre de su tatarabuelo a Elêth le dio un vuelco el corazón. Ya había sido dura la primera separación, no se sentía capaz de aguantar otra.

- Preferiría que mi abuelo no supiera que yo…

- No me has entendido Elêth, puede que haya más de los nuestros que sean capaces de llevarte ante Alda Coiva, mas ninguno lo hará con tanta rapidez como Celeval. No está lejos, ¿te llevamos ante él?

Comprendiendo que no tenía más remedio que aceptar, Elêth asintió levemente y siguió a la comitiva. Celeval se encontraba en un claro cercano, practicando con el arco mientras canturreaba una canción que llenó de nostalgia el corazón de Elêth.

- Celeval, tienes visita –susurró Cúril, antes de desaparecer entre los árboles con el resto de la comitiva, para volver a sus puestos.

El elfo que había ejercido como padre para Elêth se giró lentamente hasta cruzar su mirada con la de la joven. La reconoció al instante, y un segundo después la abrazaba fuertemente diciendo que creía que nunca la volvería a ver. La joven le devolvió el abrazo con tristeza mientras intentaba serenarse para transmitirle a su tatarabuelo el motivo de su visita. El elfo no hizo preguntas, ni se hizo de rogar. La breve mención de Elêth a la ciudad y a la autoridad que la enviaba fue más que suficiente. Aunque sin haber estado provista de ello tampoco se hubiera negado.

No más de una hora más tarde Elêth se encontraba ya ante el Ent.



Bueno... cabe decir que gracias a eso ganamos la batalla :P (bueno, en realidad ganamos por los dados... pero en la historia ganamos gracias a mi :P). La parte mala es que yo acabé así:

Se despertó sobresaltada. Abrió los ojos y se encontró con un techo ya conocido para ella. No cabía duda… se encontraba en la casa de curación. Entonces lo que creía haber soñado… no había sido un sueño… aquello había pasado… No sabía si alegrarse o sentirse estúpidamente triste. Intentó incorporarse y se encontró con un punzante dolor en el costado. “¡Ay! ¿Qué diablos me ha pasado, me hirieron?” pensó, mientras desistía de levantarse. No recordaba nada desde que había llegado al campo de batalla a lomos del jefe Ent. El jefe Ent… lo había encontrado gracias a su tatarabuelo y ni siquiera se había podido despedir de él ni había podido darle las gracias por haberlos ayudado… tenía tanta prisa por ir a defender la ciudad que lo había dejado para más tarde… Elêth se preguntó si volvería a ver a su querido Celeval, aquél que la había cuidado y educado. “Bueno… me despedí de él una vez… no creo que pudiera soportar otra despedida… tal vez es mejor así” se dijo mientras intentaba recordar cómo la habían herido.

Sin conseguirlo, Elêth se incorporó un poco de nuevo, aguantando el dolor con una mueca, y se quedó mirando las gasas que le cubrían la herida. ¿Pasaría algo si miraba más adentro? No… no debía… siempre le habían enseñado que las heridas sanaban mejor si estaban tapadas y con los mejunjes que tocaba. Pero… sentía tanta curiosidad…

Levantó la sábana con cuidado, quitó las gasas que tapaban las hojas con el ungüento y levantó éstas últimas, con cuidado, sintiendo como la herida se resentía ante el contacto con el aire y la separación de las hojas. La vista le desagradó tanto que lo tapó de inmediato, con tanta fuerza por la prisa que quedó unos instantes sin poder decir ni hacer nada, hasta que se vio capaz de volver a poner las gasas. Lo tapó con cuidado, sintiendo que el peso de sus manos al posarse sobre la herida para taparla hacía que ésta le doliera, lo hizo todo con mucho cuidado, intentando que quedara igual a antes de destaparlo, y después se recostó de nuevo en el lecho. Sentía haber agotado todas sus fuerzas en ése inútil hecho. Y al final había quedado peor que estaba. La visión no le había gustado en absoluto… todavía se veía la herida en carne viva… pero la visión era todavía peor si se le sumaban los ungüentos dispuestos sobre ella para sanarla… a Elêth no le gustaban los ungüentos. El olor que provenía de ellos tras haber abierto la herida le hacía sentirse todavía más enferma… nunca le había gustado el arte de sanar… no sabía de tal cosa ni tenía intención de saber… no es que le gustara mucho… y nunca había pensado que precisaría saber de él, pues siempre se había encontrado rodeada de gente que lo dominaba. Solo durante la última década se había resentido un poco de no tener tales conocimientos, pero se las había arreglado como había podido.

Dejó caer todo su peso sobre el lecho y se quedó unos instantes, mirando el techo. Se preguntó cuánto tiempo habría dormido… tal vez solo horas… tal vez días… ¿Sería capaz de recuperar los días perdidos luego? ¿Cómo había sido tan tonta de dejarse herir? “No te culpes, esas cosas pasan” se dijo para darse ánimos, más no estaba ella muy contenta.

- Espero que al menos ganaran la batalla –dijo murmurando.

- ¡Oh! La ganaron… no tenéis que preocuparos por eso. Vuestro ejército de ents llegó a tiempo y ayudaron mucho. Y… me alegra ver que ya habéis despertado señorita. ¿Cómo os encontráis esta mañana? –dijo la curandera, que acababa de entrar.

- ¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

- Hoy hará tres días señorita. Os trajeron muy malherida.

- ¡¿Tres días?! Pero… eso es… yo… ¡tengo que irme! –dijo de repente, intentando levantarse de nuevo. Un dolor atroz en el costado la paró en seco.

- ¡Alto señorita! O no podréis dejar esta cama en una semana.

- Pero… yo…

- Pero vos nada señorita… y… vamos a ver su herida.

La curandera destapó la herida de Elêth para hacerle una cura, y cambiarle las gasas tras lavarlas y aplicarles nuevos ungüentos. Durante todo el proceso, Elêth, curiosa, estuvo mirando cómo la curandera trabajaba. Pronto se arrepintió de ello, al quedar la herida al descubierto sintió como los aromas de los ungüentos llegaban hasta ella y, entre eso, la visión de la herida, y la fiebre que ésta le provocaba, se sintió caer desmayada sobre el lecho, viendo heridas por todas partes.

- ¡Mamá, mamá! ¿Qué le ha pasado a papá? –preguntó una niñita que no contaba ni con cinco inviernos.

- Nada hija, solo es una herida –contestó su madre, con una sonrisa que reconfortó a la pequeña.

- Pero se va a curar, ¿no?

- Claro que sí cariño. Hace falta mucho más que una flecha para acabar con la vida de tu padre –dijo éste a su vez, mientras alargaba la mano a la pequeña, que fue hacia él corriendo.

En aquel entonces su padre se había recuperado pronto de la herida. Y Elêth había decidido que éste era imposible de matar. ¡Qué equivocada estaba! Pero… era la primera vez que veía una herida… ni siquiera era consciente de lo que era… solo preguntaba lo que había escuchado decir por el pueblo…

Ante el recuerdo, aun soñando y bajo los efectos de la fiebre, entre sus incómodos movimientos Elêth sintió cómo una pequeña lágrima recorría su mejilla. Un nuevo recuerdo había llegado a su mente.

Era principios de invierno. Sus padres tenían trabajo y sus hermanos, mayores que ella, ayudaban a los mayores. Ella, que contaba solo con 5 años recién cumplidos, fue enviada con sus familiares del bosque, para pasar la tarde. Fue una tarde perfecta. Realmente adoraba estar con los elfos… en aquél entonces pensaba que jamás se cansaría de estar con tan hermosa gente, que siempre tenía tantas historias para contar. Pasó una tarde como nunca, y al anochecer, acompañada por su tatarabuelo, fue corriendo, con los brazos llenos de flores y juguetes hechos con ramas y troncos, hasta casa para enseñar a sus padres todo lo que había hecho durante su estancia en el bosque. Llevaba entre brazos también un pequeño arco y varias flechas bastante mal hechas, que había hecho son sus pequeñas manitas, y con las que pensaba demostrar a sus hermanos que era tan buena con el arco como ellos, mas lo que le esperaba en casa no eran las alegres palabras de su madre, la cariñosa mirada de su padre, ni los fantásticos reproches de sus hermanos. Lo que le esperaba en su casa era un mar de sangre… una verdadera masacre… Celeval iba delante, pero no consiguió evitar las imágenes a la pequeña. Emocionada ante el hecho de volver a casa, a pesar de no haber pasado ni un día fuera, la pequeña se adentró corriendo en la pequeña cabaña de madera y se detuvo en seco. Sus padres yacían en el suelo con los cuerpos llenos de heridas, ni siquiera habría alcanzado a reconocerlos de no ser por sus ropas. Sus dos hermanos mayores estaban en el pequeño jardín trasero… mas sus cuerpos sin vida ya no lo cuidaban y sus caras, llenas de temor, aterrorizaron a la pequeña tan pronto como los vio. De su hermana no había ni rastro, pero no era difícil deducir que había corrido una suerte similar, ni siquiera para la pequeña. Impotente ante algo que no lograba entender, se dedicó a zarandear los cuerpos, esperando que despertaran de su extraño sueño. Abrazó llorosa a su madre, y estuvo a punto de darle un beso, como hacía cada mañana, mas el semblante sereno, los ojos abiertos… la frialdad de su rostro, sentido cuando sus labios se posaron sobre la mejilla de la mujer, aterrorizaron a la pequeña que, incapaz de comprender, incapaz de reaccionar, se sentó en un rinconcito a llorar amargamente. Celeval apareció segundos después. Nunca explicó a la pequeña nada, ese era su pequeño secreto. Nunca dijo cual había sido la causa de la muerte de su familia. Nunca explicó por qué había tardado tanto en aparecer… nunca le dijo por qué no la consoló cuando la encontró llorando en un rincón. El ancestral elfo se limitó a coger de la mano a la pequeña para llevarla de nuevo al bosque. La instaló entre los árboles que usaba de casa, le dio comida, un techo y la cuidó como si fuera su propia hija, pero nunca le explicó nada sobre sus padres. A menudo hablaban sobre ellos y sobre como era todo cuando vivían, pero el tema de su muerte era tabú, así como también lo era nombrar que el cuerpo de su hermana jamás había aparecido.

Elêth se movió intranquila al recordar tales hechos. Hacía años que ya no soñaba con ellos. Sabía que estaba soñando, sabía que solo era un maldito sueño que no tardaría en pasar; pero aun así se sintió desprotegida, y se abrazó, tapándose más con la manta que la cubría. Intentó despejar de su mente el recuerdo, pero de un modo u otro volvía a ella. Desde un ángulo u otro ella veía imágenes ya guardadas en su mente desde aquel día, o su fiebre se preocupaba por crearle algunas nuevas, pero el recuerdo no desaparecía. La atormentaba, y empezó a sudar, asustada de no poder guardarlo bajo llave de nuevo nunca más. Era reacia a abrir los ojos, pues era consciente de que debía descansar, y si abría los ojos ya no los podría cerrar. Los cerró con más fuerza, y dejó la mente en blanco, esperando no soñar. De nuevo el sueño volvió. Se vio a ella, con 5 años de edad recorriendo los bosques presta, para volver a casa. Se giró para llamar a su tatarabuelo pero no vio a nadie, sin darle importancia siguió corriendo. Aun soñando, era consciente de lo que iba a pasar. Aun dormida sabía que llegaría a casa y vería a sus familiares sin vida. Se resistía a volver a soñar lo mismo una vez más, pero no podía alterar el sueño, cuando el sueño paraba, por su conciencia, respiraba más tranquila; pero en cuanto se despistaba un poco continuaba por el lugar en que lo había dejado. Siguió corriendo hasta la casa, y entró sin más, como cada vez. Sin embargo, esta vez, al mirar los cuerpos sin vida de sus padres y hermanos, no vio la cara que tocaba. La cara de Celeval la miraba desde el cuerpo de su padre. Una cara sin vida de Celeval le devolvía la mirada des del semblante tranquilo que debiera ser de su madre. Dos Celeval aterrorizados se encontraban en el jardín cuando ella entró. Se aterrorizó. No podía ser. ¡No podía perder a su tatarabuelo tras haber perdido a su familia! ¡Eso sí que no podría soportarlo! “es un sueño” se dijo a si misma. “Solo es un sueño, despertarás y todo será igual. Si lo sigues, seguro que tiene el mismo final de siempre” la Elêth de 5 años se sentó en el mismo rincón de siempre y esperó. Y esperó y esperó. Y pasó lo que para ella fue una eternidad. Pero Celeval no llegó. No le quedaban lágrimas, pero aun así lloraba. Y lloraba porqué ya no era la Elêth de cinco años que estaba dentro de un sueño. De nuevo era ella, quien debiera estar dormida, que estaba consciente. Sin embargo, en esos momentos no se había dado cuenta de que el sueño no era más que eso. Despertó llorando, y se incorporó a pesar del dolor de la herida. Entonces cayó en la cuenta de que todo había sido un sueño. Pero aun así ella debía asegurarse de eso. Abrió los ojos dispuesta a levantarse, pero lo que vio le hizo creer que de nuevo soñaba.

- Me dijeron que estabas herida. No pude resistirme a una visita –su tatarabuelo le sonreía desde una silla cercana a su lecho. Sintió que la invadía una alegría jamás comparable con otras. –Estabas dormida y no quise despertarte. Pero veo que tenías una pesadilla.

- No fue nada –dijo la joven llorando todavía, mientras se frotaba los ojos. –La fiebre… es lo que suele tener. Pero estoy bien. Deberías irte ya…

- Tranquila. Me iré tan pronto como estés bien.

Elêth asintió, contenta de tener a Celeval cerca entre tanta pesadilla. Se sentía segura sabiendo que su cuidador estaba cerca, aunque también triste ante la certeza de que tras su cura de nuevo tendría que decirle adiós.

Historias de Elêth Niramar

Estas me las hicieron hacer para poder entrar en el clan... cabe decir que me divertí mucho escribiendo la tercera =P

· Una historia en la que tu personaje o un posible ejercito que comandéis se vea envuelto en una batalla.

Amparada por la oscuridad, una figura se dirigió ágil entre los árboles, observada solo por las estrellas del firmamento. Tras llegar a la cima de una colina, observó el ejército que debería enfrentarse al suyo. No eran muchos, observó contenta, además contaba con el factor sorpresa, en teoría, la victoria sería fácil. Alentada por estos pensamientos fue rauda a comunicar la buena noticia a sus compañeros. Unas horas después yacía en la rama de un árbol esperando al pequeño ejército enemigo. Correspondía éste al comandante enemigo de aquella región y la joven, aunque le pesara, sabía que debía atacar primero, acatando las órdenes que sus superiores le habían dado, si quería conservar la vida. A una orden del primer vigía, la joven se bajó la capucha, que ocultaba su castaño pelo corto, y el rostro, impasible en aquel momento; y tensó una flecha en el arco mientras al tiempo que con un movimiento rápido escondía un mechón que dificultaba su visión. Se mantuvo así unos instantes, hasta que una nueva señal del vigía le indicó que en unos instantes sería el momento de atacar. No tuvo que esperar mucho. La compañía enemiga apareció en aquél momento entre los árboles, atentos ante una posible invasión, pues la que la joven comandaba no era la primera emboscada, ni sería la última. Cuando consideró al grupo lo suficientemente cerca como para estar acorralado por sus compañeros, la joven disparó certeramente la primera flecha. Inmediatamente después, una lluvia de flechas siguieron a la suya, y decenas de hombres salieron de su escondite, espada en mano, para iniciar la batalla. Pero el ejército enemigo no se sorprendió demasiado e inició el contraataque con rapidez, dejando la ventaja del factor sorpresa como un dato sin importancia. La joven permaneció en su puesto durante un rato más, observando la batalla y lanzando alguna que otra flecha de forma intermitente, al principio certeras, luego cada vez menos, pues el enemigo había comprendido de donde salían los mortíferos dardos. No disponiendo de una espada para defenderse en una lucha cuerpo a cuerpo, la joven decidió cambiar de rama. Sabia decisión, más la tomó demasiado tarde. Mientras decidía cuál sería su próximo escondite cometió el error de descuidar su defensa, y ni siquiera oyó cómo un enemigo, escapando de sus compañeros espadachines, lanzaba contra ella una saeta que le acertó en la pierna. Sorprendida por tal acto, no reaccionó a tiempo y cayó del árbol, desprendiéndose al mismo tiempo de la seguridad que éste le proporcionaba. Miró de nuevo el campo de batalla. Sin duda su ejército estaba ganando, sus guerreros blandían sus espadas con habilidad, matando a sus adversarios con certeros golpes que pocas veces eran parados. Aquél contrincante que osaba herir a uno de sus guerreros era abatido a flechados por los arqueros que, como ella hasta el momento, acechaban entre los árboles. Sin embargo, la victoria era más lenta de lo esperado y ello le preocupaba. Aquella debía ser una victoria rápida, no era aconsejable perder más gente… ya habían muerto suficientes de los suyos en aquella guerra. Un nuevo golpe que consiguió esquivar a penas, la sacó de nuevo de sus pensamientos. ¿Dónde estaba aquella valerosa guerrera que había vencido tantas veces? ¿Desde cuándo ella se permitía pensar durante una batalla? En un acto instintivo sacó la daga que escondía en su bota derecha y blandió un certero golpe a su adversario que la salvó de la muerte. Intentó levantarse sin éxito y miró su herida, sangraba duramente, era bastante profunda y calculó que tardaría en sanar, mas no podía esperar sin hacer nada mientras sus compañeros arriesgaban sus vidas. Cogió de nuevo su arco y apuntó con dificultades. La flecha no mató a su enemigo, pero consiguió herirlo y hacer que éste dejara de atormentar a uno de sus guerreros, que se enfrentaba con más de uno a la vez. El herido se dirigió hacia ella, y por primera vez en mucho tiempo sintió miedo. La furia que su contrincante emanaba era tanta que no se sentía capaz de vencer, herida como estaba. Temblorosa disparó una nueva flecha que no acertó. Una tercera se clavó en el hombro de su enemigo, que no hizo caso. Éste levanto su espada para dar el golpe de gracia a la joven, que lo esquivó en el último momento, cayendo el golpe sobre la pierna herida, lo que le produjo un mayor dolor. Levantó el rostro y vio al ser que tenía delante sonriendo. Comprendió que había llegado su momento y sintió de nuevo miedo. Vio a sus valerosos compañeros, que habían conseguido acabar ya con la mayor parte del ejército enemigo y se vio a ella, que por ser demasiado confiada iba a acabar teniendo el destino que siempre había temido. Cerró los ojos esperando el golpe, mas este nunca llegó. Al abrir los ojos se encontró con su mano derecha, con el segundo oficial de la compañía que comandaba ella, quien le ofrecía sonriente una mano.

- Señora, la batalla ha acabado. Puedo decir sin temor a equivocarme que la victoria es nuestra.

La joven sonrió contenta a su compañero y alargó la mano para agradecerle el haberle salvado la vida, más cayó inconsciente antes de que ésta llegara a su destino. Una sonrisa se dibujaba en su rostro. A pesar de todo, habían conseguido su objetivo.


· Una historia en la que narréis la recuperación de una herida de una flecha en el costado que os postra en cama por unos días

La joven despertó de repente y sudando, había tenido una pesadilla. Miró a su alrededor y se encontró en la cama dónde guardaba reposo desde hacía varios días. Aquello la tranquilizó y al cabo de unos instantes volvió a respirar con normalidad. Miró extrañada su herida y no pudo evitar levantar las gasas que la tapaban, su curiosidad era superior a su instinto, que le decía que la herida estaba mejor tapada. La visión no le gustó, llena de ungüentos hechos con especias y mezclas que la joven nunca llegaría a entender, pues lo suyo nunca había sido el arte de curar, la herida presentaba un aspecto desagradable, y en ningún caso mejor apariencia que el día anterior. Con ello la joven dedujo que seguramente las pesadillas no habían acabado, y se dirigió instintivamente una mano a la frente. Como era de esperar, tenía fiebre. Se dejó caer en la cama, sin fuerzas, y esperó a que llegara el curandero para dar su opinión. Como siempre, las palabras de éste eran alentadoras: “No se preocupe señorita, verá como en unas horas se encuentra mejor” comentaba siempre al entrar y verla desanimada. Después la examinaba y curaba la herida con los ungüentos apropiados, “¿Ve? La herida ha mejorado mucho, en una semana estará usted como nueva” eran las palabras que el agradable anciano proporcionaba a la desesperanzada joven cuando tapaba las heridas, tras haber lavado los trapos y gasas. Aquellas palabras no tranquilizaban a la joven, que odiaba quedarse en cama, mas le propiciaban una esperanza que de otro modo habría perdido con rapidez. La rutina, odiada por la joven como todo lo relacionado con la poca actividad, se mantuvo, como había predicho el curandero, durante una semana, interminable para la joven. Al cabo de siete días, las pesadillas provocadas por la fiebre, y la fiebre misma, habían desaparecido sin dejar ni rastro; y las escondidas miradas que la joven dirigía hacia su herida ya no encontraban un espectáculo tan horrendo. Los ungüentos habían ayudado a la herida a cicatrizar y ésta lo estaba haciendo bien, por lo que el curandero dijo a la joven que, a pesar de haber sido un duro golpe, milagrosamente a penas conservaría una cicatriz casi imperceptible y en ningún caso otra consecuencia que su magullado cuerpo, casi recuperado tras la semana en cama. Cuando obtuvo la autorización del curandero, tras haber cicatrizado del todo la herida. La joven marchó contenta de aquel que lugar tan poco le agradaba, e hizo una carrera hasta el patio del recinto, para comprobar el grado de su recuperación. Se cansó en seguida, pero comprobó que continuaba en forma. Con una sonrisa, se dijo a sí misma que sólo precisaba de un poco de entrenamiento y volvería a ser la misma que antes de sufrir el ataque. Aquello la reconfortó de tal modo que abandonó el lugar con una sonrisa sincera y silbando una melodía que ya creía olvidada, de sus años de niñez.


· A partir de estas palabras, crea una historia (aunque sea absurda, sin sentido) de aproximadamente veinte líneas, ¡Deja fluir tu imaginación! --> Hobbit; Viagra; Fútbol; Legolas; Teléfono Móvil; Bikini; Anillo Único.

Legolas colgó el teléfono móvil animado. Por fin había conseguido reunir a lo que en aquel entonces quedaba de la comunidad del anillo para ver el fútbol en su casa. El gran club de Fútbol de Gondor y la selección de hobbits de la Comarca se disputaban el premio del final de la liga. A Legolas todavía le sorprendía que la selección de hobbits de la Comarca hubiera ganado a los elfos de Rivendel el sábado anterior. Sin duda había influido en aquello que los jugadores buenos del Rivendel FC habían partido a Valinor, dónde tendría lugar el evento futbolístico más importante entre los elfos. Legolas nunca se perdonaría haberse quedado para ayudar a Aragorn en la reconstrucción de su reino en vez de haber partido a animar a sus compañeros. Y encima Aragorn no paraba de restregarle por la cara su perfecta y amorosa relación con Arwen… aunque Pippin le había contado unos días antes que Aragorn había tenido que ir al médico repentinamente por una razón desconocida, en ese instante de ira el elfo deseó que la única cura para el dúnadan fuera cierta medicina… Sí, efectivamente la viagra bajaría los humos al rey de Gondor…

El elfo se sorprendió a sí mismo pensando así y se reprendió. En ese momento llamaron a la puerta y la comunidad pasó de modo apelotonado al interior de la ordenada casa del elfo.

- ¿Qué es eso? ¿El Anillo Único? ¡¡¡No!!! ¡¡¡Quítalo, quita eso de mi vista!!! –gritó Aragorn de repente al ver una reproducción del famoso anillo que Legolas guardaba en la repisa de la chimenea, como recuerdo de la gran guerra.

- ¡Aragorn tranquilo! Sólo es una reproducción –le gritó Arwen histérica. –Lleva todo el mes igual. Tiene pánico al anillito de las narices. Si tuvimos que ir al médico y todo –explicó la elfa. – Fobia a todo lo que se le parezca… si será posible… -dijo Arwen sin llegar a creérselo.

El elfo estalló en carcajadas mientras Aragorn le miraba amenazante. Un instante después Pippin gritaba emocionado frente al televisor. Al grito de “Comaaaaarca. Comaaaaarca” miraba sin perder detalle como los dos equipos salían al campo. Merry lo miró sorprendido.

- ¿Pero qué haces? Si a ti nunca te ha gustado el fútbol…

- Y no me gusta… pero mira que preciosidades animan a nuestra selección –dijo sin apartar la vista de la pantalla.

Tanto Merry como el resto de los presentes dirigieron su vista a la pantalla, dónde un grupo de preciosas hobbits en bikini levantaban pompones para animar a su equipo.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Elêth Niramar

Realmente donde tomé más cariño a Elêth fue en los clanes, que es donde más la usé. Otra vez me encontré con un personaje que pretendía ser mucho más complejo de lo que lo sería al final. Pero esta vez no fue para mal. Me acoplé al personaje tanto como ella se acopló a mí, y al final pareció que hubiera evolucionado y todo ^^.

Elêth empezaría siendo una humana fugitiva (en el buen sentido de la palabra) entre los elfos para acabar bastante rodeada de ellos. Compañera de compañía de Darlak Lórindol y amiga inseparable de Sonyariel y Vanadesse tras su reencuentro. A la segunda, elfa, la había abandonado al abandonar su hogar. A la primera, humana que había sido su compañera de viaje después de dejar a los elfos, la había abandonado tras una disputa que jamás llegamos a definir.

De Elêth Niramar, también conocida como Nira, guardo también algunas historias de vida, trozos de batallas y demás... y como mis personajes no son eternos, eso es lo que pondré después de la descripción que hice para el personaje hará ya más de un año para enviársela al Capi ^^.

Aspecto: Tiene el pelo bastante corto, ya que no soporta sentirlo sobre su cuello, de modo que se lo corta apenas siente un cosquilleo imperceptible. Aun así, suele dejarse un mechón caer sobre los ojos, ya que gusta de esconderlos, aunque ello signifique perder a veces un poco de visión. Sus ojos, marrones, gozan de la perfecta mirada de los primeros nacidos, único rasgo heredado de su ascendencia elfica. Es alta, aunque no con exceso y aunque puede considerarse ágil, su opinión sobre sí misma es que debería serlo más. Como vestimentas, gusta ataviarse con unos pantalones color pardo y una camisa marrón. Lleva siempre botas de cuero para el camino y una túnica verdosa para el invierno que la confunde a menudo con la vegetación.

Es de carácter reservado y trato educado al principio, aunque en cuanto coge confianza es bastante amigable y predecible. No suele esconder secretos sobre sí misma, pero cuando esconde algo es una tumba, hasta el punto de que es imposible descubrirlo a menos que ella quiera que así sea.

Historia: Hija pequeña de una pareja de dúnedain, vivía con sus padres cerca de un pequeño bosque, dónde vivía también un elfo, tatarabuelo de su madre. Cierto día, cuando a penas contaba con 5 inviernos, su pueblo fue atacado mientras ella se encontraba en el bosque de visita. Sus padres y sus tres hermanos murieron en el ataque. Sólo ella, de entre su familia, sobrevivió. Desde entonces fue acogida por los elfos y criada por su tatarabuelo, que la educó como una elfa más. No obstante, al crecer comprendió que la vida de un elfo no era la que ella debía seguir, pues el tiempo se le escurría entre las manos como el agua de un riachuelo, y no había modo de pararlo. Al cumplir los 18 años se vio a sí misma y los cambios que había sufrido hasta el momento y al volver la vista a sus amigos y familiares comprendió, al verlos igual que el día en que había llegado allí, que era el momento de partir. Desde entonces viajó por diversos lugares, sin volver la vista atrás y sin querer volver, pues, aun siendo una joven que ni siquiera llegaba a los 20 años de edad, sentía que el volver y verlos a todos igual le haría sentir el paso del tiempo sobre sí misma de un modo que sería incapaz de soportar.

Fue en sus viajes cuando, viajando sin rumbo fijo por todo Lempë Ohtari, encontró a Sonyariel, a quien había conocido anteriormente en un viaje de ésta al bosque. Viajaron juntas durante bastante tiempo hasta que la ventura o desventura las separó. Después de aquello Elêth siguió sus viajes por esas tierras más al margen de la ley que dentro de ésta.

No pasó mucho tiempo hasta que Elêth empezó a sentirse sola, recordando la zona por donde Sonyariel había dicho querer viajar, se fue en aquella dirección para encontrarla. Fue así como entro en la compañía de Darlak Lorindol y donde, habiendo conseguido un objetivo en la vida, dejó su vida de viajera y se volvió sedentaria, sintiéndose útil de nuevo. Pero esta nueva felicidad tuvo su precio... durante la defensa de Ostova Lore, fue precisada la ayuda de los Ents, y para ello, Elêth tuvo que viajar de nuevo al corazón de Taureruin, para averiguar dónde se encontraba el jefe Ent. Allí se reencontró con Vanadessë, quien fuera su mejor amiga en el pasado, y también con Celeval, su tatarabuelo... tras la batalla se despidió de ellos, por segunda vez, cmo si ya no fueran a verse más, y con intenciones de que así fuera.

Sin embargo, de nuevo el futuro le haría retractarse de sus palabras...

Habilidades: Aprendió el arte de la espada durante la infancia, aun así nunca lleva una con ella. Domina el tiro con arco hasta cierta distancia siempre que esconda tras las orejas el mechón que le entorpece la visión.

Armas: Sus armas son un arco que trata cuidadosamente y su correspondiente carcaj, más una daga que esconde en su bota izquierda por si las moscas.

Elêth Niramar Amirdulêth

El siguiente personaje que hice fue Elêth. Y aquí debo aceptar que me falla la memoria un poco. Porque lo usé para dos lugares: los Clanes de EAU y la CASA de la sabiduría de Arnor... y pensaba que lo había creado para la CASA y usado para los Clanes... pero si miro la cronología de cuando entré en cada sitio parece haber sido al revés... en cualquier caso no tiene importancia.

Esta fue la primera vez en que me tocó buscar un nombre alternativo al de Nemâ para algo "serio"... quizá fue por esa misma razón que me costó desprenderme de él después.

Aunque quizá fuera al revés, empezaré por Elêth Niramar Amirdulêth, de la CASA.

Elêth apareció en la casa sustituyendo a una Nemâ que no podía aparecer como estudiante en ella, pero sí como visitante. De ese modo, y para no perder de vista a mi antiguo personaje (que después seguiría apareciendo en el CEA pero yo en ese momento no lo sabía) creé a una ahijada suya que me permitiera hacer de Nemâ una visitante periódica de la CASA.
Se dio además el caso de que Ninde también quisiera entrar en la CASA y puesto que nos llevábamos entonces muy bien y entrábamos juntas, hicimos a nuestras dos personajes gemelas.
Ninde quería ser elfa, y yo había aprendido ya la lección con los elfos y prefería que Elêth fuera humana... con el hecho de que fueran hermanas empezó (o se reafirmó) la costumbre de crear a humanas criadas por elfos. A partir de entonces de mi perfecta elfa Nemârie sólo quedaría una elfa rebelde... casi una deshonra entre sus iguales... y, más concretamente en la CASA una elfa rebelde que había abandonado sus estudios prematuramente por un arrebato infantil. Sin embargo, como siempre me han gustado los "reencuentros" y el "recordar viejos tiempos", la crecida Nemârie pasó en la CASA tanto o más tiempo que sus ahijadas.

Y, aunque Elêth acabaría planeando y llevando a cabo un elaborado plan para robar las cortinas de la habitación uno de los profesores de más alto rango de la CASA con el propósito de hacer con ellas un "artefacto volador"... ésta fue la ficha que le hice en su momento:
Ninde

"Medio elfa, de padre dúnadan y madre elfa del Bosque Negro, vivió con sus padres allí hasta la muerte de éste. Con su esposo muerto, su madre no pudo resistir la tristeza de vivir en aquel bosque dónde había compartido tanto con él. La nostalgia pudo con ella, y finalmente marchó a Valinor en uno de los últimos barcos que salieron de los puertos grises poco después de la caída de Sauron. A partir de entonces Elêth y su hermana gemela Ninde fueron pasando de familia en familia, sin sentirse a gusto en ningún sitio, pues echaban mucho de menos a sus padres y nadie conseguía hacerlas sentir bien después de la separación. Finalmente, unos años después, una joven elfa llamada Nemârie, prima lejana de su madre volvió al bosque tras haber pasado los últimos años cursando sus estudios. Nemârie se enteró al poco tiempo de la suerte corrida por las pequeñas medio elfas, que a penas llegaban a los 80 años de edad y decidió encargarse de ellas. Se las llevó durante un tiempo de viaje por parajes preciosos, que había encontrado en sus años de viaje antes de internar en el centro de estudios y ayudó a las jóvenes a olvidar todas las penas sufridas hasta el momento.

Poco menos de una década después, el trío volvió al bosque para instalarse definitivamente. Elêth y Ninde no parecían en absoluto las pequeñas elfas asustadizas que habían abandonado el bosque, y la tristeza de su cara las había abandonado por completo. A partir de ese momento Nemârie se convirtió en su madrina y fue para ellas como una segunda madre, vivieron en el bosque negro disfrutando de su adolescencia hasta que decidieron hacer como años antes había hecho su madrina y entrar en un centro de estudios para aprender todo aquello que el bosque no les pudiera enseñar.

DESCRIPCIÓN

Elêth y Ninde son dos elfas atractivas. El pelo, negro como el azabache, les cae sobre los hombros elegantemente, aunque a veces parece tomar vida propia impidiendo a sus propietarias peinarse como les gusta. Los ojos, marrones oscuros, a menudo son considerados interesantes por sus pretendientes, esconden en su profundidad la tristeza acumulada desde la muerte de su padre y partida de su madre a Valinor. De esta tristeza sólo ese rasgo queda en ellas, rasgo escondido, que sólo los que las conocen bien son capaces de ver. A la vista del resto son personas alegres con una bonita sonrisa en su pálida cara.

La palidez de su cara, heredada de su madre, contrasta de modo sencillo y provocativo con la negrura de sus cabellos, dándoles el aire atractivo que sólo esa combinación de colores les podría dar. A pesar de ello, la pequeña nariz y el rubor de sus mejillas, aparecido a la mínima sonrisa, les da una apariencia jovial e inocente, contrastante con la majestuosidad que su ascendencia élfica les proporciona.

De estatura alta, su complexión élfica les ofrece un porte majestuoso. Delgadas, pero no demasiado, rompen la magia que las envuelve al moverse, mostrando a los pocos pasos su herencia dúnadan, que les quita la delicadeza y elegancia propia de los elfos, pero a la vez les da el aire vigoroso y joven de alguien a quien le queda mucho por aprender de la vida. Así, su sangre humana les quita la superioridad élfica, sin quitarles el atractivo.

Aun así, por su ascendencia (padre dúnadan y madre elfa) la diferencia entre las dos hermanas radica principalmente en que Elêth tiene un carácter más parecido al de su parte, sintiéndose más atraída por la vertiente humana de su sangre, al tiempo que su hermana tiene un carácter más elfico. Así como Elêth jamás podría ser confundida con una elfa plenamente al tratar con ella, lo que a Ninde no se le nota en a penas es su ascendencencia dúnadan."