domingo, 16 de diciembre de 2007

Historias de Elêth Niramar III

Realmente no es que tenga nada en contra de mis padres... pero me he dado cuenta de que muchos (por no decir todos) de mis personajes han tenido que recurrir a figuras paternas alternativas a falta de las suyas propias... bueno, al menos no me negaréis que todas han tenido una infancia feliz, eh? :P

Bueno, tendré en cuenta ese dato para futuros personajes.

Más cosas... dos historias de vida que van juntas... porque acabé tan mal en aquella batalla, que por cierto perdimos, que me tocó hacer dos.

Elêth no se enteró de cuando había acabado la batalla, y menos aun de cómo lo había hecho. Cuando abrió los ojos se encontró con un techo desconocido. Genial, pensó, ni siquiera sabía donde estaba.

La joven intentó hacer memoria de cómo había acabado todo. Recordaba haber acudido a defender la ciudad y de repente… todo negro. ¿La habían herido? Si era así no recordaba cuando… tal vez no había podido esquivar bien alguna espada… o la habían atacado por detrás. Triste, Elêth desistió en el intento, no lo recordaba. Maldijo su mala suerte. ¿Para qué había servido tanto entrenamiento de pequeña si la herían cada vez que se metía en batalla?

Se incorporó con cuidado, esperando un pinchazo en alguna parte del cuerpo que le indicara dónde la habían herido. Tal vez si la herida no era muy grave podría verla y así averiguar con qué la habían hecho. No pensaba volver a mirar entre ungüentos, además de doloroso aquello le producía nauseas solo de recordarlo. Esta vez dejaría hacer su trabajo a curanderos y curanderas intentando no ver qué pasaba con su herida.

Sorprendida, la joven se puso en pie. ¿Era posible que no le doliera nada? Ninguna herida apareció en su cuerpo cuando se examinó tan a fondo como fue capaz. ¿Cómo era posible eso, es que solo se había desmayado y alguien la había salvado de ser una víctima más de la batalla? Elêth no podía creer eso, ya estaban demasiado ocupados sus compañeros en una batalla que no pintaba muy bien como para encima tener que preocuparse de si ella estaba activa en la batalla o no.

Acabado el reconocimiento, Elêth se sentó sorprendida en la cama, solo había visto una cicatriz reciente, correspondiente a la herida ya curada de la batalla anterior; y varias más antiguas de los años en que había vagado por el mundo. Ninguna lo suficientemente reciente como para ser la causa de su desmayo. O eso… o… ¿tanto tiempo había dormido que ha estaba la herida curada? ¿Tal vez era alguna de las ya curadas que ella creía tener ya?

Nada de aquello encajaba en la mente de la joven. Todo era muy extraño. Y la joven, aun sabiendo que fallaba algo, no conseguía saber qué. Decidió preguntarlo a alguien. Tomó una capa que había sobre el lecho y salió de la habitación con la esperanza de encontrar a alguien que le ayudara a recordar, que le explicara que pasaba. Pero aquello estaba desierto… no había nadie.

¿Nadie? ¿Era aquello posible? Estaba segura de que no había llegado por su propio pie a aquel lugar, ni siquiera sabía donde estaba. Pero si no había nadie… “Quien quiera que sea habrá salido un momento” pensó Elêth esperanzada, ante la idea de tener alguien con quien hablar. Pero se sentó a esperar, y nadie llegaba.

Decidió aventurarse más a investigar y entonces vio una luz. ¡Allí debía estar su salvador! No podía estar en otro sitio. Debía estar allí. Pero cuando llegó vio algo que no habría querido ver nunca. Orcos, una gran campaña de orcos yacían junto a una hoguera en la habitación de piedra y sobre la hoguera, como si de cochinillos se tratara, estaban aquellos que habían sido sus amigos alguna vez. Elfos, hombres y algún que otro enano, íntimos y medio desconocidos, todos estaban allí. Compañeros de juegos, compañeros de batalla, compañeros de viaje, compañeros de charla… Aterrorizada, Elêth lanzó un grito de terror, pues algo le decía que nada podía hacer por sus seres queridos. Fue vista por los orcos en ese mismo instante y ella echó a correr.

Nadie dijo nada, ninguna voz se oyó, pero ella sabía que estaba siendo perseguida. Sin saber como lo sabía, y no podía enfrentarse a los orcos. No podía, no era capaz. ¡Ni siquiera tenia su arco con ella! Y entonces, en un recodo, apoyado sobre la pared, vio el arco. Si tenía arco… quizá pudiera hacer algo. Elêth cogió el arco y se dio la vuelta para enfrentar a sus perseguidores. Vio un árbol cerca y se subió para mirar desde arriba lo que identificó como un laberinto. ¿Estaba, entonces, en un laberinto? ¿Cómo había llegado ella a un laberinto? Siguió con la mirada a los orcos para lanzarles las flechas, y vio como entrando los orcos en una nueva habitación, la cual no había visto antes, y que casualmente tenía techo, salían de ella soldados de las hordas enemigas con las cuales no debía hacer mucho que había luchado. Entonces… aquello significaba que la batalla no había acabado, pues no había otra explicación posible para ello. Empezó a tirar flechas para ayudar a sus compañeros, que debían estar en algún sitio dentro de la batalla…

Entonces la vieron. La joven vio como un ejército de toda criatura viviente, que ya no se parecía en nada al que en un principio había atacado la ciudad, iba hacia su árbol, que se marchitaba al paso del ejército para dejarla caer, igual que su arco y todo aquello que fuera de madera alrededor, dejándola a ella indefensa ante criaturas que iban a acabar con su vida con toda seguridad. Pensó en huir, pero entonces descubrió que se encontraba entre cuatro paredes, en una habitación enorme, pero sin salida… y entonces todo se volvió negro.

Bajo la ciudad de Mellon Vilya, en túneles que jamás se pensó que serían utilizados, un joven soldado de la compañía yacía junto al lecho de la joven, que deliraba entre pesadillas. Al darse cuenta de los sudores que empapaban el rostro de Elêth, el joven soldado comprendió que el estado de su compañera había empeorado y mandó llamar a uno de los pocos curanderos que habían sobrevivido al saqueo. Éste apareció atolondrado, y algo malhumorado, pues ya había visto a Elêth y la había curado, alegando que solo el descanso y la bondad de Eru podrían salvar ya a la joven.

Pero hasta el curandero se estremeció al ver a la joven retorciéndose de dolor entre pesadillas y sudores. Olvidando instantáneamente y por completo su enfado, untó de nuevo la herida de la joven con los ungüentos que podrían aliviarle el dolor y ayudar a cicatrizar a la profunda herida y le dio a beber un brebaje que debía ayudarle con las pesadillas.

- Deberá tomar una taza cada cierto tiempo –dijo al soldado que tenía como misión velar por ella. –En cuanto la veáis intranquila dadle de nuevo un trago. Si se inquieta como ahora la taza entera. Eso debería calmarla, pero si no lo hace deberéis llamarme. Sobretodo, no debe quedarse sola –advirtió el curandero al joven soldado. –Ahora debo marcharme, el capitán Darlak precisa también de mis cuidados. Ha sido esta una dura y triste batalla para la ciudad… no imagino como conseguiremos reponernos –dijo el curandero, para sí más que para nadie más, mientras se alejaba triste de la habitación.

Sin saber que decir, el soldado miró de nuevo a Elêth, que tras haber recibido los cuidados del curandero dormía plácidamente, ajena a todo.



***


La recuperación de la joven dúnadan fue lenta y costosa, pues bastante graves eran las heridas que le habían hecho en batalla. No obstante, varios días después de la batalla, la joven despertó, para alivio del curandero y también del joven soldado, compañero suyo de batallas, que había velado por su salud durante todo el tiempo.

- ¿Dónde… dónde estoy? –preguntó la joven que ni siquiera recordaba las muchas pesadillas que la habían atormentado.

- Bajo Mellon Vilya –contestó Darathar, pues así se llamaba el soldado.

La joven, que no esperaba respuesta, se sobresaltó.

- ¿Qu… qué diablos haces tú aquí? –preguntó, todavía sin reponerse.

- Intentar que no mueras –dijo el otro con sorna, alegre al mismo tiempo de que Elêth hubiera despertado.

- Oh… vaya… pues… muchas gracias. Eh… esto… ¿Qué ha pasado?

- Perdimos la batalla. Hubo muchas bajas… -contestó el otro tristemente. –Por suerte yo conseguí salir con vida… y tu también, aunque he de confesar que cuando te vimos tirada en el suelo entre tanta sangre casi te damos por muerta.

- Vaya… yo… esto… ni siquiera recuerdo cómo pasó –dijo avergonzada, intentando en vano incorporarse. Un dolor intenso la traspasó de tal forma que no notó de dónde provenía, ni siquiera quería saberlo. Al verla estremecerse de dolor, Darathar se apresuró a ayudarla, consiguiendo por fin que la dúnadan quedara medio inclinada, en una posición más cómoda sobre el lecho. –Gracias, odio no ver más que el techo.

- No… no hay de qué… esto… llamaré al curandero –dijo el joven, eludiendo todo aquello que pudiera estar relacionado con la batalla. Acto seguido desapareció por la puerta y Elêth quedó sola.

La dúnadan hizo un esfuerzo por recordar algo… pero nada le vino a la mente. No sabía dónde acababan sus recuerdos y empezaban lo que había imaginado. No sabía cuántos de sus recuerdos eran reales y cuántos eran fruto de los sueños y pesadillas que había tenido… y sin embargo, a pesar de saber que había tenido pesadillas, no recordaba ninguna con nitidez… era como si se hubieran esfumado dejando tras de si el sentimiento desconcertante que aterraba a la dúnadan tanto o más que la pesadilla en si.

Intentando apartar de su cabeza tal sensación, se preguntó qué habría sido de sus compañeros soldados… y de su capitán… habría salido ileso Darlak? Teniendo en cuenta su destreza y la suerte que solía tener… pero… La dúnadan negó con la cabeza, esperaba que se encontrara bien, pero de nada servía preguntarse nada. En su interior no encontraba las respuestas, y estaba sola. Sola… a pesar de saber que Darathar volvería de un momento a otro con el curandero Elêth no podía evitar sentirse así.

Por su parte, Darathar recorría los sombríos subterráneos en busca del curandero. Éste había pasado por la habitación de la joven cada noche, y desde el primero hasta el último día había dado orden clara de ser avisado si recuperaba la joven el conocimiento. Darathar no conocía los pasajes, ni siquiera sabía por dónde buscar. No se había movido de la habitación de Elêth desde que la trajera del campo de batalla, herida y al borde de la muerte, de modo que se sobresaltó al ver salir una figura de un pasaje que se cruzaba con el suyo.

- ¡Alto joven! O conseguirás que uno de los dos se lastime… y no me gustaría que fueras tú –dijo la voz de aquél que había estado a punto de chocar con Darathar.

A Darathar se le antojó conocida. Levantó la cabeza con cuidado y vio ante él a la anciana que acompañaba al curandero a todas partes. Experta en toda clase de plantas medicinales, hacía las veces de ayudante y dama de los recados para el curandero, puesto que era una de las pocas personas que sabía dónde encontrar y como conservar aquellas hierbas necesarias para mejorar la salud de los combatientes.

- ¿Vas a dejarme pasar? ¿O mejor esperamos que el herido muera y así tenemos una boca menos que alimentar? –dijo la anciana con una mueca. Darathar se sintió herido. La anciana siempre hablaba con sarcasmo, pero al joven le resultaba una repugnante forma de decir las cosas, aun sabiendo que la anciana sería incapaz de llevar a cabo sus palabras.

- No… yo… esto… necesito hablar con el curandero.

- ¿Sabes cuantos curanderos hay en estos túneles? Si no especificas no puedo ayudarte joven –dijo mientras intentaba que Darathar le dejara paso. Al ver que Darathar no se movía se detuvo, mirando al joven con cara impaciente. -¿Y bien?

- ¡No recuerdo su nombre! –dijo el joven angustiado. Se había dado cuenta de que aunque había hablado con él cada día, escuchando con atención las instrucciones que le daba, no le había preguntado en ningún momento su nombre y, por tanto, carecía de la información que la anciana precisaba.

- En ese caso será mejor que… -empezó la anciana, pero fue interrumpida.

- Pero… pero… pero él me pidió explícitamente que fuera en su búsqueda cuando ella despertara. ¡Y por fin ha despertado! –en ese instante el cansancio de Darathar se apoderó de él, y el joven empezó a hablar incoherencias hasta el punto que incluso la anciana, que como ayudante del curandero veía cada día escenas parecidas, se preguntó si no debería hacer algo.

Con impaciencia, la anciana escuchó cada incoherencia del joven, hasta relacionarlas todas ellas en sus recuerdos con la imagen de la joven dúnadan a la que había atendido ella las primeras horas de su llegada, hasta que el curandero tuvo tiempo suficiente para visitarla. Recordando cuál de los curanderos había seguido de cerca la evolución de la muchacha, la anciana guió al joven Darathar por los pasillos hasta él, mas el joven ni siquiera observó los pasadizos por los que pasara, pues se hallaba bastante fuera de sí.

- …Y eso es lo que he podido entender por lo que balbuceaba el joven –acabó la anciana de explicar al curandero.

- Entiendo… -dijo éste mirando de reojo a Darathar, que yacía inconsciente junto a la puerta. Había sido el único modo de hacerlo callar para que no molestara a los enfermos. –Será mejor que lo despierte y vayamos a ver que tal se encuentra la señorita –añadió finalmente mientras se dirigía a Darathar y le daba unas palmadas en la cara para que despertase. -¡Eh joven! ¿Crees que podrás caminar? –dijo al ver que abría un ojo.

- Yo… eh… sí… claro… -balbuceó el aludido de forma desorientada mientras se ponía en pie para seguir al curandero, quien sonrió mirando de reojo a una ancianita con una sonrisa pícara dibujada en el rostro y tras negar con resignación con la cabeza emprendió la marcha.

Elêth pasó la mayor parte del tiempo durante el que su compañero estuvo ausente mirando la llama de la pequeña chimenea que libraba el pequeño habitáculo en el que se encontraba de la penumbra. No encontraba en ello nada interesante, pero se le antojaba la mejor manera de no pensar. Ver cómo la llama simulaba bailar en su interior la ayudaba a olvidar que se encontraba herida sobre un lecho desconocido, en un lugar que jamás habría soñado que existira… tras haber perdido una batalla, sintiéndose culpable y sin saber que había sido de la mayoría de sus compañeros… Un tronco pequeño crepitó en el instante en que ella pensaba eso y vino a la mente de la dúnadan la impresión de que el tronco pronto quedaría reducido a cenizas. Si quería que el fuego sobreviviese debía poner otro tronco… pero ni siquiera tenía fuerzas para incorporarse… debía esperar a que volviera Darathar y alimentara el fuego… y esperaba que eso fuera pronto, pues la sensación del frío empezaba a penetrar en ella. Cansada, se tumbó en la cama, sin cesar de mirar el fuego… el constante movimiento de las llamas y el crepitar de los troncos la entretenían.

Lo siguiente que la joven dúnadan escuchó fue al curandero llegar con Darathar.

-¡Dijiste que estaba despierta! –espetó el curandero al soldado.

-Y lo estaba… -se defendió este. –Debe de haberse dormido… parecía cansada…

- Estoy… estoy despierta… -interrumpió la joven con dificultad.

El curandero la miró con severidad, y tras explicarle la inutilidad de lo enferma que había estado, “¡Casi al borde de la muerte! ¡Para nada! ¡Si al menos hubieran ganado la batalla!” fueron literalmente sus palabras explicó a la joven lo que debía hacer desde ese instante en adelante. Instantes después la joven se hallaba tanto o más aburrida, si cabe, que cuando había despertado. Ni siquiera el fuego conseguía entretenerla. Las órdenes del curandero habían sido claras: nada de moverse demasiado y, por supuesto prohibido levantarse de la cama. Además, debía tomar cada hora un asqueroso brebaje que debía ayudarla a no tener pesadillas y la ayudante del curandero pasaría cada mañana a lavar su herida para que cicatrizara pronto, cosa que no era plato de buen gusto para la joven, pues poco después de irse el curandero comprobó lo dolorosa que podía llegar a ser una cura a manos de la ancianita. Además, nadie le daba noticias sobre sus compañeros, lo que la ponía todavía más nerviosa.

Ya se consideraba al borde de la locura y desesperación cuando alguien llegó a su habitación.

-Elêth, tienes visita –le dijo Darathar tan suavemente como pudo, para no despertar el mal humor que amenazaba con aparecer sobre Elêth.

- ¿Qué? ¿Quién…? ¡Oh! ¡Aratan! Por fin una cara conocida… ¿qué te trae por aquí?

- Vine con intenciones de ayudar… pero llegué tarde… por suerte supuse que si había algún superviviente estaría aquí, bajo la ciudad…

- Yo ni siquiera sabía que estos subterráneos existían… parecen una maldita prisión… y encima no hay luz –se quejó la joven, a lo que Aratan respondió con una carcajada.

- Tan poco observadora como siempre… Mi querida Elêth, no hay luz porque es de noche… pero tienes ahí una magnífica ventana con vistas, por lo que me parece si no ando desorientado, preciosas de la ciudad.

- Oh, vaya… -dijo Elêth enrojeciendo. –No me había dado cuenta… a penas hace unas horas que desperté… ¿no sabrás nada de Darlak, no? Ando preocupada por él y el resto de la compañía… mi único vínculo con el exterior es Darathar y no se digna a contarme nada…

- No… -el semblante de Aratan se entristeció unos instantes. –Precisamente lo andaba buscando… pensé que tú podrías decirme algo…

- Ya ves que no… ni siquiera puedo salir de la cama… pero estoy segura de que a Darathar no le importará acompañarte hasta dónde esté, o ayudarte a encontrarlo de no saberlo, ¿verdad Darathar? –Elêth vio como el chico asentía con rapidez, no sabía donde se encontraba su capitán, pero cualquier cosa era mejor que llevarle la contraria a la agotadora dúnadan. –Bueno, entonces espero que tras encontrarlo vengáis a hacerme una visita… o me voy a aburrir como una ostra…-tras aquella pequeña charla, Elêth vio desaparecer por el hueco de la puerta a los dos chicos, y se tumbó en la cama a descansar, dirigiendo siempre su mirada a la ventana.

La recuperación fue bastante rápida ahora que la joven había despertado, pero no lo suficiente para su gusto. Cada día era rutinario para la dúnadan, pero algo había que la hacía sentir viva. Se pasaba las mañanas mirando por la pequeña ventana lo que a penas podía verse de la ciudad desde la cama… en realidad, más que una ventana parecía ser una alcantarilla, pues no se veía más que la rasa calle. No obstante, Elêth se aventuró a levantarse para ver más de la ciudad por ahí y se encontró con la vista de la ciudad… que todavía guardaba vestigios de la perdida batalla. Aun así se veía hermosa, y Elêth decidió que haría todo lo que estuviera en sus manos para recuperarla, empezando por curarse tan pronto como fuera posible la herida, y después… después tal vez se mudaría a la ciudad para tener allí su hogar… después de todo ya le hacía falta uno…


3 comentarios:

Malfuin dijo...

En este caso me ha gustado más la primera. casi todas las historias de vida empiezan igual (o eso creo, no he leído casi ninguna). Así que al principio yo había pensado que esta vez estabas reflejando daño psíquico... Aunque lo de estar soñando era mucho más obvio xDDDD

En fin, el nombre del compañero, Darathar... Se parece un poco a Dharaith :P Que cosas...

Saludos ^^

Nemârie dijo...

En mi defensa diré que en ese tiempo todavía no conocía a Dharaith!!!! :P

..Lau.. dijo...

En el fondo siempre me has conocido... bajo un nombre u otro.

(De todas formas ya sabes cuál prefiero xD)